La nueva 'Carrie' ya no es la pesadilla de una joven adolescente vista a través de los ojos de un ‘voyeur’ masculino, como sucede en el filme de Brian de Palma. Kimberly Peirce trabaja de forma más insidiosa, más psicológica, la relación madre-hija, Margaret y Carrie White: recordemos la escalofriante escena inicial, la del parto, la cual nos familiariza con el color rojo menstrual que domina el film. El estilo de Peirce es naturalista, no pictórico, de esta manera, el cambio más importante respecto a otras adaptaciones fílmicas de la novela de Stephen King es tonal, ya que está impregnada de una sorprendente dulzura que compensa su arisca crueldad. El ritmo es ceremonioso, lento, pero sostenido -nunca decae-, y la puesta en escena elude cualquier efectismo. No es una convencional producción de terror, sino de una fibrosa tragedia sobre la diferencia, la marginación y la represión sexual. Notable.