Aquí todo está dispuesto para pasarla y sentirse bien. Subís la escalera y entrás en un sitio único. El local fue equipado con tres contenedores que trajeron desde Japón repletos de todo lo que puedas imaginas: desde la heladera Hoshizaki -que no se empaña- a las tablas, los cuchillos y la vajilla, que complementan con piezas locales artesanales. La armonía que sentís en la ambientación también se siente en el cuerpo. Cocina japonesa moderna sin gluten, baja en sodio, grasas y azúcares. ¿Acaso se puede pedir más?
Seguro nunca probaste nada igual, simplemente porque ellos elaboran todo, desde las masas a las salsas, tapas de harina de arroz, texturas de mandioca. Cada ingrediente es orgánico y fermentado en casa, algunos por un par de días, otros por meses o un año. El nuevo restaurante combina la trayectoria del chef Leo Lanussol y su reinterpretación del street food japonés con los dones del sushiman Fabián Masuda, pionero en ofrecer omakase en Buenos Aires. La dupla trae una propuesta vanguardista, 100% libre de gluten, baja en sodio, grasas y azúcares, lo que implica un trabajo constante de investigación. “La biblioteca de fermentos es el corazón de Nika, allí elaboramos hasta nuestra propia salsa de soja, porque todas las industriales tienen trigo”, nos explica Leo.
Una opción es arrancar por el bar, especializado en sake y whisky japonés, con un acervo de 900 botellas. Para eso se pensaron los snacks, para que puedas demorarte tranquilo en esta barra, acompañando tu bebida con ostras en granita de melón o un hand roll temaki.
La comida comienza con algo muy oriental: gohan con furikake, un condimento que puede tener muchas variantes, el nuestro fue de miso de garbanzo, sésamo y algas. Algo así como un chimichurri asiático (sin marinar) que se hace con ingredientes deshidratados y molidos. Vos mismo lo espolvoreás como un topping sobre tu cuenco de arroz blanco.