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Jean (Maggie Smith) es la nueva diva de la tercera edad que se muda a la señorial Beecham House, una casa de retiro para estrellas de ópera donde las diabluras son vastas y la vida de todos gira en torno a un concierto anual en honor a Giuseppe Verdi. Esta majestuosa dama con actitud tiene una historia con muchos de los residentes, especialmente con el colega cantante Reginald (Tom Courtenay), con quien alguna vez estuvo involucrada románticamente. El momento de la nueva presentación entre ambos es más que gélido y Jean, lamentando que sus días de gloria han quedado atrás, prefiere evitar el contacto humano por completo. Ese recital anual –para el cual es obligada a cantar junto con Reginald, la veleidosa Cissy (Pauline Collins) y el pícaro Wilf (Billy Connolly)– ayudará a poner las cosas en su sitio.
Como muchos actores que se vuelven cineastas, el primerizo director Dustin Hoffman (sí, ese Dustin Hoffman) es indulgente por encima de todo con sus actores: Collins y Connolly constantemente se vuelcan hacia una caricatura poco cómica, mientras que Smith básicamente nos transporta a su personaje de la serie Downton Abbey al presente, para sólo alcanzar resultados comunes y corrientes. Únicamente Courtenay transmite un sentir real del arrepentimiento de su personaje respecto al amor perdido y una carrera en el ocaso. Tiene una escena muy graciosa en la que logra conectarse con un grupo de recelosos estudiantes urbanos al relacionar las glorias de la ópera con las del hip-hop, una de las pocas veces en que el guion de Ronald Harwood (quien adaptó de su propia obra) se siente ingenioso e inteligente. Más allá de eso, se vuelve tedioso que el telón no caiga rápidamente.