Hace tres veranos, 'El origen del planeta de los simios' sorprendió al público que esperaba la reactivación (o explotación) rutinaria de una saga que nos legó la icónica imagen de Charlton Heston y la Estatua de la Libertad. El film de Rupert Wyatt no solo era 'blockbuster' atípico, que priorizaba los momentos íntimos en vez de la espectacularidad, sino que aprovechaba su punto de partida narrativo para lanzar una propuesta estética y tecnológica: en la película los actores ya no se tenían que disfrazar de simios, sino que daban cuerpo y movimiento a una creación digital hiperrealista; un híbrido hecho de presencia humana y cálculo informático.
Matt Reeves, un director que en 'Monstruoso' ya puso en práctica las posibilidades de la imagen digital en el contexto del cine de Hollywood, coge el relevo de Wyatt en 'El amanecer del planeta de los simios'. Esta secuela sitúa el relato una década después de los hechos narrados en su predecesora, y encuentra al simio César liderando una nueva generación de primates inteligentes, que ya dominan el habla y que presentan una actitud ambivalente con sus antiguos opresores, unos humanos menguados después de una epidemia.
Si antes cada nuevo gesto de César suponía una revelación, ahora su excepcionalidad es norma, y desde el primer instante nos acostumbramos a ver a un montón de simios haciendo proezas. Esto se adecua a las exigencias de un guión trepidante y postapocalíptico, pero mantiene intacta la fascinación de estar presenciando un duelo quizá decisivo entre los intérpretes de carne y hueso y una figura virtual que sigue maravillándose de su imparable evolución.