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Es difícil ver la cara oscura de la naturaleza humana. Sale, solo, de manera inesperada, cuando se despiertan la rabia, la frustración, el deseo o el odio. Los bajos instintos son el caldo de cultivo de la sinrazón. La ópera prima de Fernando Coimbra se interna en estos territorios a través de la historia de un secuestro, el de una niña, que toma las formas del thriller de misterio y desemboca en una asfixiante historia de sexo y venganza con resonancias del cine negro de los 50. Juega con los puntos de vista y utiliza el flashback para ir desarrollando un relato oscuro, viciado por el resentimiento y por subversión de papeles entre víctima y verdugo que se beneficia de la fuerza expresiva de su pulsión dramática, de una precisión estilística rigurosa, perfecta.