Drama esforzado y telenovelesco, el film cuenta la vida de Judy Garland sin dejar lugar a dudas sobre quién fue el culpable de sus problemas. Hollywood –personificado en el magnate Louis B. Mayer– dirige su vida, hinchándola a pastillas y aplastando su autoestima. La decisión de insertar escenas de la joven Judy (Darci Shaw) preparándose para 'El mago de Oz' lleva a la actriz adelante y atrás entre su debut y su versión de 47 años (Renée Zellweger), que obtiene una ovación final en un escenario londinense. Pero el film pone a la protagonista en el diván y ofrece un diagnóstico, cuando habría sido mucho mejor dejar que la icónica estrella hablara por sí misma.
El triunfo, claro, es una Zellweger llena de energía nerviosa y ego herido. La sorprendente transformación evoca una desvanecida pero aún formidable fuerza vital. Y no hay que ser garlandófilo para saber que los hombres tóxicos fueron una constante en su vida. Como dice ella: "Cada vez que corto un pastel, me doy cuenta de que me he casado con un cretino". Zellweger clava las ocurrencias de Garland y su fiscalidad menguante. Preparó el papel con el 'coach' vocal de 'La la land', Eric Vetro, y canta ella. La película tiene buenos momentos, pero todo radica en Zellweger y en la forma en la que recrea a la desgraciada estrella. Si con esto será suficiente para ganar el Oscar que eludió su personaje es otra cuestión