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Resulta conocida la cinefilia que con ahínco ha profesado Martin Scorsese a través de los años. Un buen ejemplo es Mi Viaje por Italia (1999), el entrañable documental en el que relata cómo su adolescencia estuvo marcada por el visionado del cine neorrealista producido en aquella nación. Para reafirmar ese amor por las imágenes en movimiento, en 2007 fundó la World Cinema Foundation, una organización dedicada a rescatar y preservar joyas fílmicas pertenecientes a industrias periféricas.
Sin embargo, entre la veintena de títulos que al momento se han restaurado, existen algunos que más allá del exotismo o alguna toma virtuosa, dejan serias dudas de qué le habrá visto realmente el director italoamericano o el comité seleccionador. Una de esas películas es un drama filipino donde el director (uno de los que mejor estima tuvo por parte de la crítica en los setenta y ochenta) se ensaña violentamente con su personaje principal. Parecería que entre más desgracias pueda atravesar el protagonista en el menor tiempo posible, mejor.
Julio Madiaga (Bembol Roco) es un pescador que ha llegado con unos cuantos pesos a Manila, ciudad que gradualmente se va modernizando, con el propósito de localizar a Ligaya (Hilda Koronel), su novia, que fue secuestrada y obligada a ejercer la prostitución en un burdel del barrio chino. Desde que uno se entera que dicho prostíbulo se encuentra en la esquina de la calle Misericordia, se da cuenta de que el realizador no conoce precisamente de sutilezas.
Así, si Julio debe de introducirse en la sórdida vida nocturna gay para conseguir un poco de dinero, su mejor amigo tiene que morir en una riña callejera, o la hermana de este último está presente cuando su casa se incendia, con tal de que la historia avance, este tipo de hechos serán justificados, todo acompañado de una musicalización naíf. Una curiosidad que sirve para presumir de que se pudo ver cine setentero filipino, no más que eso.