Tenía que ser Steven Spielberg quien se atreviese a hacer el primer 'mash-up' de dos horas y veinte de duración, un ejercicio de nostalgia digital que es, en sí mismo, una curiosa paradoja. Por un lado, es difícil imaginar una película que lleve más lejos la poética de la remezcla que esta época de youtubers y miembros exclusivos del club de Creative Commons ha erigido en idioma universal. Por el otro, el aspecto de videojuego de elevadísimo presupuesto que exhibe 'Ready player one' parece contradecir su espíritu anticorporativo, sin que la barroquíssima operación de reciclaje que pone en marcha sirva para nada más que confirmar una tautología de manual: que la auténtica realidad es la real.
Resulta obvio que Spielberg lo ha pasado en grande sampleando los píxeles del pasado, especialmente todo lo referente a la cultura popular de la década de los 80, pero su discurso sobre el lugar que ocupa lo humano en una sociedad que necesita estar inmersa en una realidad virtual para sobrevivir llega cuando los manifiestos 'cyberpunk' ya huelen a rancio.
Queda, pues, una película constantemente interrumpida por tutoriales que explican las instrucciones del juego, un (auto)retrato del artista huérfano y sociópata en la figura de un Mark Rylance que parecer Willy Wonka en clave 'nerd', y dos secuencias extraordinarias, una que haría palidecer de envidia incluso Michael Bay y la otra que reinterpreta 'El resplandor' de Kubrick demostrando que los clásicos solo lo son si podemos profanarlos.