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La movida brasileña marcó a Lupe (Elena Anaya) con algunos contrastes: la felicidad de la fama que logró con su banda y la depresión que desencadenó la muerte de su hermano, quien también era parte del grupo. El tiempo pasó; son los noventa y las melodías de Los Planetas enmarcan el duelo de la chica. Así inicia el primer largometraje de Beatriz Sanchís, Todos están muertos.
Lupe ahora padece de agorafobia –miedo a salir a la calle–, además mantiene una fuerte distancia con su madre, Paquita (Angélica Aragón), y su hijo adolescente, Pancho (Christian Bernal). Sanchís no deja a la deriva a estos personajes en crisis. Aprovecha la tradición del Día de Muertos para tener otro invitado, el hermano fallecido, quien figura más como una especie de guía para la familia.
Además del agumento, la directora refleja en los aspectos técnicos la melancólica personalidad de su protagonista: desde la fotografía, que se mantiene grisácea y un tanto difusa, hasta el soundtrack, que incluye un par de canciones interpretadas por la propia Elena Anaya.
Entre momentos cómicos y un tanto dramáticos, Sanchís da a cada sujeto y elemento un fin determinado, intencionalidad que se refleja en las vueltas de tuerca de la historia y en la sutil sensación de tristeza que deja la evolución de sus personajes.