Vamos a jugar al infierno

Basta prestar atención a la secuencia inicial para quedar totalmente enganchados en la trama de esta cinta veloz, sangrienta, humorística y desconcertante. En Vamos a jugar al infierno todo pasa tan rápido que es imposible apartar los ojos de la pantalla.

Sion Sono, es la mente brillante detrás de esta arrolladora película que narra la historia de los Fuck Bombers, un grupo de estudiantes de cine que busca filmar la mejor película de la historia sin importar los obstáculos que se les presente. Para lograrlo deberán involucrarse en un sangriento enfrentamiento entre dos grupos de yakuzas (mafiosos).

Antes de elegir el camino del séptimo arte, Sono probó suerte en la poesía y logró que sus textos aparecieran en publicaciones como Eureka y The Modern Poem Book. Esta sensibilidad se refleja en cada toma que ejecuta. Ya sea que capture la sonrisa de una niña, o la ferocidad de una batalla sangrienta, el cuadro que pinta es siempre perfecto.

Con un guión escrito hace veinte años, Sono hace un homenaje al cine de yakuzas, al gore y al cine amateur. Mientras avanza la narración, ésta se vuelve menos relevante y tratar de seguirla minuciosamente es un grave error. Estamos frente a un filme que no intenta resolver las preguntas que muestra, no por descuido, o falta de congruencia, sino porque no es necesario.

Esta no es una producción típica en la que impera el orden. Es una película caótica, impactante, sádica, satírica e impecable. Lo mejor es admirar lo que sucede en pantalla, mantener la calma y disfrutar de la genialidad de uno de los mejores directores contemporáneos.