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'2 francos, 40 pesetas' llueve sobre mojado. Es una secuela que, ahora que la crisis ha consolidado el paro, los jóvenes hacen las maletas y los inmigrantes mueren en Melilla cosidos a balas de goma, se atreve a reincidir en el discurso reaccionario de “1 franco, 14 pesetas”. No vale la pena hablar de una puesta en escena inexistente ni de un guión que parece escrito en la peor fase del landismo. Lo que más llama la atención es que, a pesar de ir de antifranquista (la acción empieza en 1974 y el hijo del protagonista ha recibido estopa en una manifestación), la película es de un españolismo chapucero. Si el emigrante con DNI mesetario –no hablamos de los evasores de impuestos, que poco tienen de españoles auténticos – decide vivir en Suiza, por muy hippy que sea, terminará rendido a la nostalgia. Sólo en la España de chorizo y pandereta podrá disfrutar de su Seat 850, de su piso de protección oficial y de su suegra gritona.