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El cine de zombies ha mostrado diversos matices de estas criaturas: en su versión nazi (Dead Snow, 2009), socialista (Juan de los muertos, 2011), romántica (Mi novio es un zombi, 2013) y de adaptación postapocalíptica (Shaun of The Dead, 2004). Ahora es momento de que los muertos vivientes propicien la reivindicación de la figura del boy scout.
El guionista y director Christopher Landon (Actividad paranormal: los marcados, 2014) aprovecha las cualidades “ñoñas” de los exploradores y las transforma en virtudes cómico-heroicas. Todo a partir de las vivencias de tres personajes, un trío de scouts, que comienzan su evolución a partir de la epidemia zombie que invade su pueblo.
La comedia se sugiere en todo momento: desde lo visual, al presentar a tres adolescentes cuyas personalidades ya no encajan con las bermudas e insignias scout; hasta las actitudes absurdas, bruscas e impulsivas causadas por los cambios hormonales, que tienen como “cereza del pastel” situaciones escatológicas y con semidesnudos. Son 93 minutos de inesperados sobresaltos y risas… pero aisladas.
Si bien desde el inicio se plantea como un filme que no debe tomarse con seriedad, esto no significa que se ignoren las deficiencias. Los elementos que propician la comedia son vastos y prometedores, pero no detonan una gran explosión debido a que parecen anclados a la fuerza y no logran la armónica fluidez de su referencia más directa, Zombieland (Ruben Fleishcer, 2009), e incluso su símil de burla adolescente Supercool (Greg Mottola, 2007).