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El director islandés Baltasar Kormákur ama lidiar con la naturaleza. En Everest (2015), el adicto al peligro confeso haber escalado a 7.300 kilómetros para buscar locaciones, y luego llevó a Jake Gyllenhaal y Josh Brolin la mayor parte del camino para filmar. Ahora, A la deriva, su nueva entrega, presenta aun n expiloto de yates se enfrenta a un océano, en una travesía más ágil.
No es de sorprender que A la deriva —basada en una historia real y filmada en una serie de agotadoras jornadas de 14 horas en el mar— sea esclava del agua. En 1983, Tami Oldham y su prometido Richard Sharp zarparon de Tahití a San Diego, solo para chocar con un huracán de categoría cuatro que casi destruyó su yate. El relato de Kormákur comienza en la lucha por la supervivencia, antes de dar marcha atrás con flashbacks del floreciente romance entre Tami —Shailene Woodley— y Richard —Sam Claflin—. Durante un tiempo, es plana como el agua, estos actores son cálidos y observables, pero no es una de las grandes historias de amor del cine, aunque las tomas de Kormákur de la gran extensión del océano proporcionan un telón de fondo impresionante.
Las cosas mejoran rápidamente cuando se llena de baches. A medida que la tormenta golpea, su estruendo retumba a los niveles de agitación estomacal de los altavoces del cine. Para adoptar el viejo cliché, el océano no es solo un personaje en esta película, es el mejor. Las películas de Kormákur enfrentan a los humanos contra los elementos, pero su interés real —a menudo— parece estar al último. Esperemos que obtenga un guion que sirva de ambos lados la próxima vez.