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Durante la proyección de 'Adiós al lenguaje' en el último Festival de Sitges (un escenario poco sospechoso de rendir admiración incondicional a Jean-Luc Godard), el Auditorio estalló en una ovación espontánea en medio de una escena. Se trataba del momento en que la protagonista femenina del filme se aleja de su 'partenaire' masculino y la cámara la acompaña con una panorámica. El plano inicial se mantiene, y el resultado no es el juego de transparencias habitual en la obra de Godard desde sus primeros experimentos con el vídeo, sino una imagen incomprensible. Un garabato hiriente que sólo cobra sentido si el espectador cierra alternativamente los párpados: a la izquierda, el hombre; a la derecha, la mujer. Masculino/femenino. Plano/contraplano.
Sirviéndose de la tecnología 3D, el autor de 'Pierrot el loco' nos dice que para ver claro tenemos que aprender a mirar sólo con un ojo. Como Nicholas Ray. Como John Ford. De este modo, Godard pasa por encima de polémicas, de seguidores y detractores, y devuelve a los espectadores una sensación rara y purísima: la de estar viendo por primera vez algo que nunca antes había sucedido en una pantalla de cine. Y, ante esto, ¿qué se puede hacer sino aplaudir?
Pero esta situación difícilmente se repetirá en las salas que proyecten 'Adiós al lenguaje' en España, ya que después de las dificultades para encontrar un marco adecuado para el film, la distribuidora ha decidido poner la directa y exhibir la película en una versión en 2D, lo que ha convertido lo que debería ser un acontecimiento cinematográfico en un no-estreno. No resulta arriesgado afirmar que lo que se encontrará el público en las salas no es verdaderamente 'Adiós al lenguaje', sino otra cosa, privada de la profundidad y del sentido formal que le ha querido dar a su autor.
Sin embargo, nada puede arrancar al film su condición de ensayo hiperconcentrado (sólo dura 70 minutos) e impresionista, una fuerza motriz de pensamiento que nos deja tan agotados como embobados.