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Deberíamos celebrarlo: 'Amor' es la primera película triste de Michael Haneke. Y, paradójicamente, su tristeza proviene del mismo rigor en la puesta en escena, la misma falta de sentimentalismo, la misma crueldad infligida al espectador con la que se desarrollaba, por ejemplo, 'La cinta blanca'. Cineasta de ideas abrumadoras que funcionan gracias a la distancia de su mirada, como violentas lecciones morales, en esta ocasión ha preferido dejarse de teorías para recordarnos, que no quiere decir descubrirnos, que éste es nuestro inevitable destino: la erosión del lenguaje, la invalidez, el deterioro, la muerte. Y por qué, siendo un filme tan simple y tan insoportable de ver (demasiada verdad esconden sus imágenes), su título es 'Amor'? Porque una muerte deseada es un acto de amor. Porque, entre cuatro paredes, Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva nunca nos han querido tanto. Y porque Haneke ha aprendido a conmovernos después de habernos asustado.