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La historia de Ana y Bruno se centra en la figura de Ana —Galia Mayer—, una niña que vive en una institución psiquiátrica con su madre —Marina de Tavira, quien últimamente ha estado bajo el reflector internacional por su trabajo en Roma de Alfonso Cuarón—, en donde conoce al peculiar Bruno —Silverio Palacios—, con quien inmediatamente entabla una relación detonada por la necesidad de aventura. En el caso particular de Ana, llega cuando su madre atraviesa una difícil crisis, obligando a la pequeña a buscar a su padre —Damián Alcázar— con la esperanza de un reencuentro familiar.
Es en esta búsqueda, Ana y Bruno cruzan su camino con una deliciosa variedad de personajes —reales e imaginarios— que van desde una rencorosa elefanta color rosa —Regina Orozco— o un niño invidente —Daniel Carrera en el personaje más encantador—, hasta un reloj humanoide lleno de tics nerviosos —con Mauricio Isaac influenciado por Lewis Carroll—.
Temas como la soledad, la demencia y demás puntos débiles a los que cualquiera podemos ser vulnerables, son tocados con sensibilidad, imaginación y sentido de la responsabilidad. Es gracias a ello que en Ana y Bruno vive una historia que triunfa aún por encima de las ambiciones técnicas de un proyecto que absorbió alrededor de una década a su director, Carlos Carrera, ya que se sirve de estos temas para llenar la pantalla de personajes maravillosos y fantásticos.
Con todos estos elementos y una buena dosis de acción, ya sea en un tren a alta velocidad o enfrentando a un feroz dragón, Ana y Bruno es una película que entretiene a un público de cualquier edad, al mismo tiempo que advierte sobre problemas reales a los que nunca se es demasiado inocente para ignorar. No obstante sus mínimas fallas (una animación sorprendente, pero irregular o una duración que podría exceder la paciencia de los más pequeños), el más reciente trabajo de Carlos Carrera es un recordatorio de su lugar en la historia del cine nacional.
No es verdad que el público infantil no está listo para ver Ana y Bruno. Si bien es cierto que sus temas son menos rosas que los de muchas otras películas animadas, eso nada tiene que ver con aquella afirmación de que parece ahuyentar a los padres de las salas donde se sigue proyectando.