Aquarius

La premisa del segundo largometraje de Kleber Mendonça Filho, el guionista y director brasileño de Neighboiring Sounds, luce como una receta para el sentimentalismo y triunfo demacrado. Cuando Clara (Sonia Braga), una viuda de 65 años y retirada crítica de música, rechaza vender su amado departamento en la playa, en donde vivió sus mejores años, se confronta, no sólo al ataque de una poderosa compañía inmobiliaria, también de sus amigos de antaño e incluso familiares, quienes cuestionan sus decisiones. Mendonça Filho libra felizmente las trampas del cine sensacionalista al crear un drama creíble, complejo y satisfactorio.

La clave para esta exitosa evasión del cliché es la actuación de Sonia Braga, cuya evidente fuerza, inteligencia y vitalidad son esenciales para su acosado pero terco personaje, Clara. A pesar de haber sido golpeada por el cáncer de mama en los ochenta y haber perdido a su esposo, Clara ha criado a una familia, se ha hecho un nombre como escritora y ha mantenido su entusiasmo por la música en particular, y la vida en general. La carismática actuación de Braga garantiza que nunca nos compadeceremos de Clara, simplemente deja con la esperanza de que logre sobrevivir a las tácticas cada vez agresivas de una compañía obstinada en comprarla –o, tal vez, comprobarle lo inseguro que puede ser para una persona de su edad vivir sola en un edificio deteriorado y al que casi cualquier persona puede entrar–.

Conforme la historia avanza, también se expande. A la par de que es un estudio de una mujer bajo coerción, la cinta es un retrato de una sociedad en la que muchos valores tradicionales, como sus edificios, corren el riesgo de ser aniquilados simplemente por el bien de la modernidad y el dinero. La virtud de Aquarius –el título, por cierto, alude al nombre de la manzana en la que vive Clara– es que nunca tiene la finalidad de sermonear. Sus insignias éticas, políticas y psicológicas están contenidas cautelosamente en una narrativa convincente, que se percibe fluida, relevante y verdadera.