Time Out en tu buzón de entrada

Besos de azúcar

  • Cine
Besos de azúcar
Publicidad

Time Out dice

Vaya paradoja: paralelamente al esfuerzo de su hermano Alfonso por crear una experiencia cinemática como nunca se había pensado, Carlos Cuarón estrena, tal vez, una de las películas más ordinarias del año.

Difícilmente la estrategia de mercadotecnia de hacer coincidir en cartelera este melodrama barriobajero con la elocuente Gravedad podrá funcionar. Y ni siquiera es por la atención mediática que ha recibido la cinta ubicada en el espacio. El hecho es que aquel cine urbano de Besos de azúcar (crudo, violento, con una fotografía sucia y una ecléctica musicalización) está en desuso.

Lamentablemente el menor de los Cuarón nunca logró percatarse de este desfase convencido que puede renovar un cine populachero, ambientando su versión de Romeo y Julieta en Tepito, saturándolo de lugares comunes (altares a la Santa Muerte, productos apócrifos vendiéndose en la calle, y vecindades deterioradas incluidos), y dotando a todos sus personajes de un léxico altisonante que haría palidecer a Zayas, Inclán y amigos albureros que los acompañan.

¿De verdad algún habitante de esa zona de la ciudad habla o se comporta de este modo? Clásico error del cine nacional: filmar sin conocimiento de causa, lo que aquí no le ayuda a una historia bastante esquemática. Nacho es un chico de trece años, hijo de una policía de tránsito e hijastro de un agresivo vendedor de películas piratas. Mientras tanto, Mayra es la hija de “La Diabla”, la peligrosa lideresa del ambulantaje defeño. Bajo ese contexto disfuncional, su noviazgo no tiene futuro alguno.

A la ignorancia del director para retratar la esencia netamente tepiteña, se le suma una falta de convicción para montar al menos una secuencia imaginativa. Así que terminada de ver la película es fácil adivinar quién es el hijo consentido en la familia Cuarón.

Escrito por Alberto Acuña
Publicidad
También te gustará