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Javier Fesser abandona el imaginario visual surrealista que lo había caracterizado durante buena parte de su trayectoria para establecerse en el terreno del costumbrismo a través de una serie de personajes que no necesitan la fantasía para llamar la atención, porque ya tienen el sentido de la maravilla incrustado en su ADN.
Resulta complicado resistirse a la ternura que desprende este equipo de baloncesto formado por discapacitados intelectuales que encuentran en el deporte, el compañerismo y la amistad una ilusión con la que llenar la vida. Pero lo más complicado que consigue Fesser no es hacer reír y llorar, sino que el espectador acepte sin reparos la manipulación emocional, el subrayado y el elemento enfático. Y todo gracias a que desde el primer momento el director va de cara, sin engañar a nadie. Una comedia casi kamikaze.