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Para cumplir con la urgente necesidad por abrazar osos de peluche en la dulce Paddington 2, Disney presenta el híbrido de animación y live action, Christopher Robin —protagonizado por el amante de la miel, Pooh—, que es de gran corazón, pero poco emocionante. Mientras las aventuras recién imaginadas de Christopher adulto (Ewan McGregor, muy lejos de Trainspotting) y sus amigos de la infancia del Bosque de los Cien Acres colocan al director Marc Forster en el encantador territorio de la película Descubriendo nunca jamás (2004), no tienen nada en común y no convoca la misma magia.
Aun así, hay una gran dulzura especialmente para los niños pequeños y la suficiente nostalgia por los devotos adultos de las historias de A. A. Milne. El workaholic Christopher cancela sus vacaciones en el campo con su amada esposa Evelyn —Hayley Atwell— y su hija Madeline —Bronte Carmichael—, para trabajar horas extras para su brutal jefe Winslow Luggage. Inesperadamente se reencuentra con el siempre hambriento Winnie y el resto del adorable clan —el sarcástico y lúgubre Eeyore, el entusiasta Tigger y el temeroso Piglet—. Christopher recuerda los placeres simples de la vida y reaviva su espíritu juvenil. Él aprende una lección importante acerca de la familia cuando Madeline se une con los bichos leales para salvar el trabajo de su padre al entregarle un maletín extraviado.
La película es sorprendentemente básica para ser escrita conjuntamente por un equipo que incluye al inteligente Alex Ross Perry, Tom McCarthy y la coguionista Allison Schroeder. Christopher Robin no establece ningún conflicto lo suficientemente sustancial para ser alimentado en la narración. A pesar de la puntuación de cuentos de hadas de Jon Brion y Geoff Zanelli y el elaborado diseño de producción de Jennifer Williams que detalla intrincadamente el Londres de la posguerra, la película de Forster se siente dócil frente a nuestra sofisticada era de Intensamente (2015) y Toy Story 3 (2010), dos películas sobre la separación con la infancia.
Un mensaje político bien jugado sobre la igualdad económica cierra de manera responsable la fábula, sin embargo, la filosofía lujosa, pero obsoleta de Pooh sobre "no hacer nada para lograr algo" sobresale como un Héffalump en la habitación.