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Era el año 2011 cuando el cineasta Yvan Attal dirigió a Charlotte Gainsbourg (su mujer) en la comedia 'Mi mujer es una actriz'. En ese caso, Attal y Gainsbourg no se interpretaban a ellos mismos, pero el mecanismo sobre el que se sustentaba la película era poner de manifiesto las neurosis de una pareja marcada por la exposición mediática de una de las partes y las implicaciones que ello conllevaba en su relación íntima, privada.
Ahora, el actor Guillaume Canet realiza un ejercicio similar con su mujer en la vida real, Marion Cotillard, y se sitúa en el centro del relato con sus nombres y apellidos para configurar una divertidísima sátira en torno a la crisis de los 40 y la dictadura de la imagen en su profesión. El resultado es una magnífica comedia en la que ambos demuestran de qué manera el ejercicio más libre y sano del mundo es reírse de uno mismo.
Y esta premisa es precisamente la responsable de los mejores momentos de una película que convierte en gag no solo las miserias y las obsesiones de la pareja, sino también cualquier idea preconcebida que pudiéramos tener alrededor de sus vidas, desde que Marion Cotillard pueda ser una actriz que se toma demasiado en serio a sí misma hasta que Guillaume Canet nunca haya sido lo que se llama un sex symbol. Esta es, sin duda, la película más fresca y libre que Canet ha hecho hasta ahora.