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Ha nacido el neorrealismo canario, y está plagado de versiones cocainómanas de Vittorio de Sica, bien dotadas con motos tuneadas y acento de Tenerife, y de pobres aspirantes a Anna Magnani que llevan uñas postizas y plataformas. Este es el universo que Antonia San Juan, la Agrado de ‘Todo sobre mi madre’, lleva en la sangre. A los 18 años abandonó Las Palmas con 25.000 pesetas en el bolsillo para probar suerte en la península, huyendo del viento del archipiélago que en aquella época todavía era bastante ramplón. Y esto es lo que muestra en este film, segundo largo de su trayectoria como directora y eco lejano de cortos como 'La familia española', aquella mordaz intrusión en la casa del Ministro del Interior, templo de los trapos sucios. Vamos a ser puntillosos: los personajes, que se quieren situar entre el más cáustico Fellini y el primer Visconti, son virtud y a la vez defecto. Porque, seamos sinceros, nadie encontrará la fauna y la flora de Rimini en Gran Canaria. Aunque el retablo familiar sea bastante agudo, habría estado bien que tirara hacia algún lado.