[title]
Es inevitable pensar en el pintor de 'La bella mentirosa' cuando se contempla la preproducción de la escultura que ocupa el centro de gravedad de 'El artista y la modelo', la mejor película de Trueba desde 'Belle époque.' Hay la misma búsqueda del Absoluto, de la Verdad en la representación del cuerpo, en el trabajo lento y silencioso de este artista que parece haber encontrado la excusa perfecta para despedirse del mundo, para firmar un testamento que sepa captar lo invisible detrás de las nalgas, los pechos, las curvas de la figura femenina.
Trueba es más modesto y más clásico que Rivette. Le interesa más la relación del hombre con la naturaleza, le da más importancia al contexto –la Francia ocupada por los nazis: el peso de la Historia convirtiendo víctimas y verdugos en hombres y mujeres vencidos por las circunstancias–, prefiere oxigenar los vínculos entre el artista y su musa, y explora el reencuentro con el arte a partir de la carne y el hueso, de la nuda fisicidad de un personaje sin repliegues, reflejo rotundo de su humanidad, o, mejor dicho, de la honestidad y el coraje con que se enfrenta el mundo.
Hay química entre Jean Rochefort y Aida Folch: el actor francés parece estar cómodo en un papel contenido, que podría haber caído en la autoparodia y que sabe atar corto, y la actriz catalana aprende a soltarse a medida que su personaje descubre su presencia en el cuadro, el valor añadido de un amor platónico que se proyecta no en un ideal femenino sino en una mujer con convicciones firmes, con los pies en el suelo.
Trueba ha escogido el blanco y negro no sólo para destacar la gama de grises de la materia con la que se hace una escultura sino también para evocar el realismo poético del cine francés de la Resistencia. Debemos invocar el nombre de Renoir –cineasta por el que el director de 'Calle 54' siente una confesada admiración– aunque 'El artista y la modelo' se defiende muy bien sola. Con la excepción de una cierta tendencia –muy controlada– a verbalizar y subrayar algunas reflexiones sobre el arte que ya quedan patentes en los gestos que unen los dos protagonistas, el filme es de una sensibilidad que nunca se impone al espectador, que, al contrario, le invita a mirar el mundo con la serenidad de quien sabe sacar belleza de sólo una piedra.