El bar

Es inevitable recordar la escena del restaurante de 'Los pájaros', aquel momento en que la comunidad de la localidad costera de Bodega Bay especula sobre los motivos que tienen las aves para atacarlos, y terminan culpando a Tippi Hedren del Apocalipsis . En pocos minutos, Hitchcock, que nunca fue un buen samaritano, demuestra que el estado natural del ser humano es la mezquindad, la desconfianza y el egoísmo.

Álex de la Iglesia hace algo parecido en 'El bar': una amenaza desconocida, un grupo de gente heterogéneo, un lugar cerrado como metáfora del mundo y como catalizador del instinto de supervivencia. El planteamiento es modélico: entre la tradición del esperpento típicamente castizo y el cine de terror claustrofóbico, De la Iglesia sabe controlar las energías de una película coral que funciona como una alegoría hipertensa del estado del malestar.

El problema aparece cuando el misterio se desvela, demasiado pronto, y 'El bar' se convierte en estudio de personajes. Como no hay ninguno que despierte especial simpatía, el film se derrumba víctima de sus excesos. Para entendernos, echamos de menos una Tippi Hedren, o bien un Rod Taylor, alguien por quien nos valga la pena sufrir un poco, alguien que nos importe.