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¿Crees en fantasmas? La respuesta podría afectar seriamente el que disfrutes o no esta secuela supernatural de la vieja escuela. Si la respuesta es sí, prepárate para una noche divertida en el cine: un relato inteligente y convincentemente espeluznante sobre obsesionantes hechos “de la vida real”. Si es un no, tal vez te resulte en una experiencia poco confortable: una historia sobre la explotación –incluso abuso– de cuatro niñas por un grupo de charlatanes que en la pantalla aparecen como héroes.
El conjuro 2 sabe a qué le tira. Apenas hay una chispa de duda en esta reelaborada crónica del misterioso caso Enfield, que atrapó a Londres a finales de los setenta. Cuando Peggy Hodgson (Frances O’Connor) y sus cuatro hijas empiezan a experimentar fenómenos extraños en su casa de los suburbios –ruidos extraños y apariciones– llaman a los investigadores de lo paranormal Ed (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga), quienes aceptan cruzar el charco para atrapar al pez gordo. El inicio tiene pausas, pero luego de que la hija menor Janet (Madison Wolfe) comienza a hablar con gruñidos, las cosas empiezan a volar alrededor de la sala y cuando pienses “es una exageración hollywoodense”, Lorraine agita su biblia y grita a los espíritus que deje a los pobres inquilinos.
Después de Insidious y El conjuro, el director James Wan tiene definido su método y lo ha simplificado. Los sustos son efectivos y el trabajo de cámara es excelente. Wan está plenamente consciente de las referencias de la austera época de esta historia y el detalle a esto es sorprendentemente auténtico. Sin embargo, hay muy pocas cosas en este filme que no se hayan visto antes, a menos que estés dispuesto a pausar tu incredulidad. Hay un gran conflicto dramático que pude explotarse del caso Enfield pero no es el caso de esta película.