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Quien ha leído El principito seguro tiene entre sus momentos favoritos cuando el zorro explica lo que es domesticar: “crear lazos”, dice. Y justo es eso lo que hace Mark Osborne en su adaptación de la novela de Antoine de Saint-Exupéry. Pese a no ser una versión literal del libro, los personajes que muestra son tan entrañables que “domestican” con facilidad a la audiencia.
Osborne (Kung Fu Panda, 2008) cuenta en su historia dos mundos paralelos, el de La niña que vive en una estricta rutina para llegar –según los lineamientos de su madre- a la perfección, y por otro lado los momentos más representativos del libro, que aparecen cuando El aviador presenta a la protagonista las vivencias de El principito.
El cineasta aprovecha estas dos narraciones para presumir dos técnicas de animación: el CGI (por computadora), que expone el presente y el mundo moderno en el que vive la protagonista, y el stop-motion, aprovechado para embellecer los episodios del libro. Esta combinación da una sensación mágica y nostálgica, que se enfatiza gracias a una banda sonora a cargo de Hans Zimmer (El rey león, 1994) y Richard Harvey (Interestelar, 2014).
La manera en la que encajan a cada uno de los personajes de la historia original con aquellos que propone Osobrone, resultan en un íntegro homenaje al texto de Antoine de Saint-Exupéry, pero sobre todo a los lectores que han logrado conectar con la novela.
Apoyado por los guionistas Irena Brignull y Bob Persichetti, el director logra trasladar la complejidad de El principito a un lenguaje fácil para niños –incluso agrega alguna escenas de aventura y acción para hacerlo aún más entretenido- sin por ello descuidar a la audiencia adulta, a la que hace sentir añoranza por la infancia y da una “sacudida” para que no deje de apreciar los atardeceres, las rosas o los pozos de agua en el desierto.