En realidad nunca estuviste aquí

Este extraño cóctel, a veces hipnótico, de 'Taxi driver', 'Hardcore, un mundo oculto' y 'Teniente corrupto', que parece preparado por un pintor expresionista en pleno 'delirium tremens', apuesta deliberadamente por sumergirnos en un cine de la experiencia. A Lynne Ramsay, que hacía seis años que estaba fuera de circulación, no le interesa tanto la trama, que deja en los huesos –un sicario, el submundo de la prostitución de menores, una víctima a la que se debe rescatar–, sino la puesta en imágenes, cuanto más abstracta y onírica mejor, de la subjetividad de su torturado protagonista, que Joaquin Phoenix interpreta con su convicción habitual. Así pues, en 'En realidad, nunca estuviste aquí' viviremos el descenso a los infiernos de este veterano de la guerra del Golfo –exagente del FBI, que derrama dulzura cuidando a su madre enferma de Alzheimer y mata con la brutalidad de un cazador furtivo– impregnados de los colores, de las sensaciones, del sonido en descomposición de una realidad abismal. Aunque esté a punto de sucumbir a sus excesos manieristas, 'En realidad, nunca estuviste aquí' triunfa en la puesta en práctica de un cine sensorial, que te envuelve con terciopelos sanguinolentos cuando quizás tienes ganas de escaparte de la su violencia formal. Parece contradictorio, pues, que Ramsay, en una estructura discontinua, intermitente, que evoca la de la magnífica 'Tenemos que hablar de Kevin', intente justificar la aflicción lacónica, taciturna, del personaje de Phoenix en una serie de flashbacks, impulsos eléctricos que interrumpen bruscamente el relato. Un ángel exterminador no necesita traumas para hacer justicia.