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Bernice trabaja en el departamento de policía de Los Ángeles dándole seguimiento a exconvictos con libertad condicional. Su nada envidiable rutina consiste en escuchar diariamente toda clase de desgracias a las que se ha visto orilladas las personas con las que trata, pero ésta se rompe cuando le asignan a Fontayne, su mejor amiga de la adolescencia, una mujer que ha pasado largas estancias en la cárcel debido a su adicción a la heroína. Sin embargo, esta chica que perpetuamente ha vivido en los márgenes de lo permitido, puede ser la única que ayude a la recta y fría Bernice, quien lleva buscando a su hijo durante varios meses, y que ahora es sospechoso de un asesinato por ciertos negocios turbios.
Las pistas empiezan a destapar una enredada e impensable trama donde cabe el tráfico de personas en Tijuana, la mafia china, peleas de gallos, judiciales corruptos y túneles clandestinos que conectan Mexicali con San Diego; elementos que emplea John Sayles, siempre interesado en temas del multiculturalismo en su país, para darle forma a un thriller ascendente, y que se corona con la inclusión de Freddy, un detective que conoce a la perfección los bajos mundos a los que desean penetrar este par de mujeres.
Es necesario mencionar que este personaje crepuscular, con una enfermedad degenerativa en la vista, es interpretado por Edward James Olmos, quien se convierte en el contrapeso ideal para la pareja protagonista: cínico y sin nada que perder, pero todavía con un poco de compasión; demostrando, por enésima ocasión, que a pesar de pertenecer a ese grupo de actores low profile, cada vez que es exigido, no decepciona.