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Las interpretaciones de Hollywood sobre el futuro tienden a ser paisajes infiernales de ciudades importantes. Uniéndose al Detroit de RoboCop (Paul Verhoeven, 1987) y al Nueva York de 1997: Escape de Nueva York (John Carpenter, 1981), el Hotel de criminales de Los Ángeles, es donde los ciudadanos de 2028 comienzan disturbios por los derechos del agua y hay delincuentes están en todas partes.
El título de la película se refiere a una sala de emergencia secreta para gángsters heridos que preside una enfermera —alcohólica y embrujada— Jodie Foster, con la ayuda de Dave Bautista. Una noche, los pacientes se unen con Wolf King —Jeff Goldblum, en el extremo más desagradable de su espectro—, el jefe del crimen que es el dueño del hospital y un policía herido —Jenny Slate— que tiene una aventura con la sombría de la enfermera.
En la configuración atmosférica, el Hotel de criminales es descolorida y ofrece un telón de fondo muy sórdido para un elenco de excéntricos atractivos y cada vez más antagónicos. Algo así como una brújula moral en este antro de ladrones es el frío y carismático Sterling K. Brown, como un ladrón de bancos gravemente herido.
El problema de este filme es que el guionista, convertido en director Drew Pearce —Iron Man 3—, no debería acumular: antes de que ocurra un conflicto real, le da mucho tiempo a establecer personajes y situaciones que de verdad no importan.
Al igual que su prima hermana, Otro día para matar (2014), posee una mitología elaborada; pero mientras que la franquicia de Keanu Reeves fue explosiva, la acción aquí es decepcionante. Aún así, en unos apretados 90 minutos, Pearce merece crédito por empaquetar la pantalla con personajes interesantes, en lugar de solo soltar golpes y disparos. Incluso nos hace preocuparnos, por un momento, sobre estos suaves criminales.