Inferno

Si Jason Bourne pudo “renacer”, no hay razón para que su análogo libre de gadgets, Robert Langdon, el héroe de El código Da Vinci no tuviera otro intento en la gran pantalla. En Infierno es más complicado que nunca ignorar los paralelismos a la saga Bourne: cuelga algunos años más en los hombros del héroe y cambia la tecnología y hackers por pinturas del siglo XVI y juegos de búsqueda de tesoros para niños, pero son básicamente la misma franquicia. Y no ayuda que Langdon pase la mayor parte de la película sufriendo de una amnesia estilo Bourne.

Esta vez, un virus mortal está diseñado para acabar con la mitad del mundo a menos que Langdon y su delicada estudiante y acompañante, la Dra. Sienna Brooks (Felicity Jones), puedan llegar primero a él. Sus pistas son una sospechosa y bien armada mafia que opera la Organización Mundial de la Salud (¿desde cuándo la OMS lleva a cabo operativos armados?) y un consorcio dirigido por Harry Sims (Irrfan Khan, quien con su divertido tic de chuparse sus labios casi rescata la película).

Inferno empieza con Langdon sangrando y confundido en un hospital de Florencia, donde Brooks trabaja. Apenas tiene tiempo de incorporarse y quejarse cuando un asesino armado comienza a dispararle. Langdon alucina ríos de sangre mientras él y Brooks huyen por a toda prisa en un taxi. Pero el preciado juego de pistas que alimentó El Código Da Vinci, aquí se vuelve una verdad a medias (Langdon resuelve sólo dos pistas en toda la película y una de ellas es errónea). Eso invita a pensar que las sorpresas del clímax que aparecen en el libro de Brown se han debilitado enormemente.

Así que lo que nos queda es una especie de copia de Bourne pero menos sólida y a nuestro no-desesperado-dúo-dinámico corriendo de una galería europea a otra, compartiendo información bastante débil sobre Dante y Botticcelli. A decir verdad, incluso Hanks se ve un poco aburrido.