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La saturación de documentales mexicanos acerca de los avatares y penalidades que deben sortear los inmigrantes centroamericanos en pos de atravesar nuestra frontera hace que cuando surgen directores que exploran otros temas para este tipo de películas, el resultado llegue a resultar un bálsamo.
En este caso se trata de un joven director debutante y autodidacta, quien se inclinó por descubrir la forma y fondo de una sociedad a partir de sus manifestaciones artísticas. Así, interesado por “los ideales estéticos” que definen la identidad de un país, se embarcó en tres viajes a diferentes prefecturas japonesas para realizar una veintena de entrevistas a arquitectos, urbanistas, fotógrafos, mangakas, actrices de danza butoh, entre muchos otros personajes, con tres conceptos clave en mente: tiempo, espacio y lenguaje.
Si bien, el resultado final tiene varios intervalos de desvarío pasmoso (es notorio que no siempre están bien definidas las preguntas; varias de las imágenes registradas se tornan cíclicas), es interesante ver cómo el director entabló un diálogo de alcances globales. Curiosamente este año hubo otro documental nacional que volteó la mirada hacia oriente (Inori,de Pedro González-Rubio, enfocado en la cotidianidad de un pueblo encriptado en otra época).