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Gerard Butler ofrece en 'Juego de ladrones', la esforzada ópera prima de Christian Gudegast, una nueva entrega de su especialidad interpretativa: hacer del tipo más duro del cine.
La apuesta por un concepto de hipermasculinidad bastante caduco es uno de los puntos débiles de este thriller de atracos donde una unidad policial intenta evitar el golpe estrella de un grupo criminal de élite. Gudegast despliega un constante juego de espejos entre ambos bandos. Los atracadores despiertan tantas simpatías como los buenos de la película, mientras que los polis se comportan como los hombres más peligrosos de la ciudad.
El director recurre al montaje en paralelo para mantener las simetrías entre las acciones de unos y otros. 'Juego de ladrones' entronca con la escuela que va de Michael Mann en 'Drive', también en el uso del digital de alta definición que otorga fuerza a la imagen pero aquí la homogeneiza en exceso. Esto es un problema de todo un film que, a pesar de los tiroteos, momentos de tensión y giros de guión, desprende un tono demasiado monocorde para un thriller de acción de más de dos horas.