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E.L. Katz es uno de los actores que participaban en aquella ida de pinza burlesca que se llamaba, Damien Hirst 'style', 'La calavera pop'. Ahora se estrena en la dirección con una especie de amorcillamiento de cine 'pulp' que hace el doble juego a Haneke y Tarantino. Es la historia de dos tipos en bancarrota que buscan dinero fácil y, durante una noche, se someten a la voluntad de un capo narcotizado, como si fueran los concursantes sin autoestima de '¿Quién dijo miedo?', que para pasar de fase comían insectos o lamían los pelos de la urbe recién arrancada de una vaca. Uno se corta el dedo meñique, como al final de 'Four rooms'. El otro se va a hacer caca sobre el sofá de la mansión del vecino. Atrapados como la familia de 'Funny games' mientras el capo y su mujer –la escena que nunca vimos del matrimonio Wallace– van poniendo billetes sobre la mesa, como si pujaran en una subasta.