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La misión es simple: maquillar el nuevo tropiezo del presidente (cuyo trabajo, aparentemente, consiste en hacer el ridículo) y lograr que la gente lo olvide. ¿Cómo? Construyendo un escándalo político y luego –en caso de ser necesario- otro más. ¿Les suena familiar? Exacto.
El nuevo largometraje de Luis Estrada mantiene el estilo satírico que comenzó en la Ley de Herodes (1999) y que ahora comprende un cuarteto fílmico inspirado en la situación política y social del país. El guión es osado, fruto de la mancuerna Estrada-Sampietro, y evoca innumerables déjà vus gracias a los sucesos que presenta.
La dictadura perfecta revalida la filmografía del egresado del CUEC, como una obra de memorias cíclicas, enmarcadas por un contexto amargo. En el universo de Estrada, las circunstancias se repiten y sólo cambian los protagonistas (un claro guiño al nulo progreso nacional).
Cada una de sus producciones puede ser el prólogo o epílogo de la otra. En este volumen, por ejemplo, los medios de comunicación y televisión (como rey del tablero) ocupan un papel importante.
Si bien el modelo caricaturesco de los personajes se explota en las pantallas mexicanas, para Estrada este es un sello distintivo.
La dictadura perfecta es, en ocasiones, muy explícita (no por motivos violentos) y tiene escenas sobrantes, pero necesarias para enfatizar la crudeza de un comentario que no deja de ser entretenido.
La idea de Maquiavelo sobre “gobernar es hacer creer” resuena en esta historia en la que quien mueve al rey tiene la última palabra. Lo bueno es que es sólo ficción, ¿o no?
Aquí puedes leer la entrevista que tuvimos con Luis Estrada.