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A medio camino entre la crónica y la farsa, entre el thriller y la comedia, esta película llena de contagiosa energía es igualmente un retrato no tan sólo de los Estados Unidos de los 70, sino también de una cierta idiosincrasia americana. El punto de partida pertenece a una tradición cinematográfica muy frecuentada (la gran estafa, el súper golpe), a la manera de ‘El golpe’ o algunos films de Burt Reynolds, pero el estilo dúctil y maleable de David O. Russell (‘The fighter, ‘El lado bueno de las cosas’) lo reconduce hacia una descripción de ambientes y personajes, una fantasía colorista a veces muy cercana al musical, que a la vez desemboca en un pequeño tratado sobre la amistad, el amor, la traición, la forma en la que los hombres y las mujeres (o los hombres y los hombres, o las mujeres y las mujeres) se juntan, se separan, se quieren, se odian. Una especie de Ophüls gritón, o quizá de Scorsese aún más bullicioso, Russell se revela, sea como sea, como uno de los grandes cineastas norteamericanos de hoy.