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Aunque no se encuentre estrictamente adscrita al Universo Warren (si se considerara, sería la sexta aportación), La llorona lleva tatuada a fuego la marca que James Wan ha imprimido no solo a su saga, sino también a buena parte del terror contemporáneo a través de un estilo que bascula entre la elegancia formal y los sustos efectistas.
En esta ocasión el elemento generador de horror procede de una leyenda ancestral mexicana: una mujer indígena que asesinó a sus propios hijos tras enterarse de que su pareja la había repudiado y desde entonces vaga como un espectro maligno para saciar su sed de venganza.
El debutante Michael Chaves se muestra tan efectivo como rutinario en una producción en la que no hay lugar para la más mínima sorpresa. Es una película que cumple a rajatabla con la fórmula establecida y quizás por esa razón se echa en falta una mayor imaginación visual y atmosférica. En ese sentido resulta decepcionante que no sea capaz de sacar el suficiente provecho al rico folclore mexicano, condenándolo a una mera cuestión de atrezo, ni tampoco al tema de la pérdida, de la maternidad herida y de la orfandad, cuestiones que quedan apuntadas sin alcanzar relevancia dentro de una trama supeditada al sobresalto esporádico.