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El segundo largometraje escrito en inglés por el director noruego André Ovredal es una historia de suspenso que se desarrolla en una morgue de los Estados Unidos. Con tintes fúnebres y de misterio se presenta esta nueva producción que alcanza a rescatar un poco la estructura de su guion.
Si bien el misterio con el que arranca el filme atrapa al espectador desde el primer instante se trata de una película repetitiva y un tanto predecible debido al tema que aborda, en el cual se muestran los clásicos elementos que contienen las cintas de terror, como un pasillo sin salida, una tormenta apocalíptica, un gato misterioso y un elevador que no funciona.
La película narra la vida de los forenses Tony Tilden (Brian Cox) y su hijo Austin (Emile Hirsch), quienes trabajan en una morgue. Un día reciben el cadáver de una joven no identificada que fue encontrada bajo tierra en el sótano de una casa. El cuerpo no tiene marcas de violencia que puedan determinar la posible causa de su muerte. Sin embargo, al momento de abrirlo descubrirán secretos que pronto cambiarán el rumbo de sus vidas.
El cuerpo pálido e inerte de la joven, sus ojos grises sin vida y los misteriosos símbolos que tiene en la piel, llenan de duda y sospecha a una cinta que, poco a poco, se va sumergiendo con tabúes del pasado.
El filme también cuenta con las actuaciones de Olwen Catherine Kelly como Jane Doe (personaje principal que desata el miedo), Ophelia Lovibond (Guardianes de la galaxia, 2014), Michael McElhatton (Juego de tronos, 2011) y Parker Sawyers (Snowden, 2016) como el oficial de policía.
A pesar de ser una película de altibajos, con opiniones encontradas sobre el desarrollo de la cinta, bien sirve para sumergirse en una historia de terror y perderse en la profundidad de sus personajes.