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Una película que parece haber nacido bajo el signo de la duplicidad. Por un lado, su fascinante protagonista, Halla (extraordinaria Halldór Geirharðsdóttir, que desborda encanto y determinación), ejerce el activismo ecológico en la clandestinidad, convirtiéndose en la enemiga número uno del gobierno islandés, mientras se gana la vida como acogedora directora de un corazón. De otra, Halla se apoya en la imagen benévola de su gemela idéntica. La mujer de la montaña se debate entre su impulso satírico, que quiere destapar las paradojas de la Europa de la crisis, y su deriva melodramática, afortunadamente acaba por estar exenta de sentimentalismo. No siempre consigue mantener el tipo -la aparición recurrente de la banda musical y los cantantes ucranianos que interpretan la banda sonora es especialmente irritant- pero el resultado final tiene una ligereza y una vitalidad que la harán conectar fácilmente con todo tipo de público, hasta y todo con lo que no es especialmente sensible al cambio climático y el terrorismo anticorporativo.