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“Somos todo lo bueno que permiten la carne y la sangre”, afirma uno de los personajes de Trabajos de amor en vano, de William Shakespeare. El artificio de lo visible y la complejidad de lo oculto en las relaciones interpersonales, como la seducción, el deseo y la traición, son elementos clave de sus relatos. El director Matías Piñeiro se basa en ellos en la cinta La princesa de Francia, tercera en su filmografía en la que recurre a obras shakespeareanas, luego de Rosalinda (2014) y Viola (2012).
En su regreso a Buenos Aires, luego de pasar un año en México por la muerte de su padre, Víctor retoma su relación con cinco mujeres. El punto de coyuntura con ellas es el teatro y la puesta en escena de Trabajos de amor en vano. “La gente cambia”, enuncian en varias ocasiones los personajes, y cambian también sus vínculos, cosa que Víctor y sus coprotagonistas descubren mientras avanza la trama.
Con una historia sencilla, lo destacado de esta cinta es su forma. Los valores de la dramaturgia no se encarnan únicamente en el universo de los personajes, sino en la manera misma en que está realizada la película. El guión de Piñeiro presenta diálogos cuyo ritmo remite más a los del teatro que a los de la existencia cotidiana. La repetición es constante y la fluidez de las escenas es casi coreográfica.
¿La vida imita al arte o es el arte el que se basa en la vida? El autor juega a desvanecer la barrera entre ambos de manera sutil: cada personaje es una comedia y tragedia con sus propios actos y desenlaces.