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Olvídate del calor hogareño de la cocina: no querrás comer los insípidos y vacíos carbohidratos de gángster que salen de Las reinas del crimen (The Kitchen, su nombre original), ambientados en la notoriamente ruidosa Hell's Kitchen de la ciudad de Nueva York. El que fue barrio de Taxi Driver —áspera en los setenta—; irónicamente, esa era fue reconstruida con amor para un drama criminal sin personalidad propia.
Las reinas del crimen es una película en busca desesperada de un tono no del todo cómico; su trío de actrices principales; Melissa McCarthy, Tiffany Haddish y Elisabeth Moss, están varadas en diferentes tonos de esposa frustrada. Todo comienza cuando sus maridos son detenidos por federales, y no pueden pagar el alquiler. Afortunadamente, son capaces de moverse bastante rápido, con escasas complicaciones, sin curva de aprendizaje.
Sí, suena como las Viudas de Steve McQueen, pero una versión radicalmente tonta con un diálogo como "¿Qué vamos a hacer?". El guión te pega dolorosamente en la nariz. Peor aún, la guionista y directora Andrea Berloff no puede obligar a sus personajes a ninguna complejidad o debilidad.
Después de Sopranos y Goodfellas, quién querría diluir un universo tan ampliamente conocido con este tipo de fantasías débil. No importa; los enfrentamientos tienen una forma de terminar abruptamente, sin ningún beneficio. Cuando el peso pluma Domhnall Gleeson, como un ángel de la muerte, es el activo más interesante de su película feminista irlandesa, debes encontrar el programa de protección de testigos de Hollywood de inmediato.