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Se habla de Alain Tanner o Éric Rohmer -la memorable escena del parque sería un magnífico homenaje-, pero 'Los exiliados románticos' también tiene una filiación más cercana geográficamente, la de aquella comedia madrileña que se sumergió en la Transición, una época en que parecía que todo estaba por hacer. Quizás también nosotros estamos en un momento de transición, de cambio, y como los personajes de la deliciosa película de Jonás Trueba aún tenemos ganas de buscar el amor ideal, de disfrutar de la amistad, de baarnos en un lago sin preocuparnos por lo que pasará mañana, de comportarnos como si nos hubiéramos escapado de un fotograma de la Nouvelle Vague. La magia del film está en su libertad de formas, en su transparencia y en la traza para hacernos creer que el cine es pan comido, cuando en realidad no hay nada más difícil que hacer que la vida traspase la pantalla y deseamos que se quede a charlar.