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Corría el año 66, Brian Wilson había escrito 'Good vibrations' y los Beach Boys vestían de bombero. Eran buenos tiempos para el surf. Un cuarto de siglo más tarde, Wilson se había convertido en una estrella maldita, huésped de un psiquiatra pirado que lo tenía harto de pastillas, bajo vigilancia continua, encerrado en una casa de la Costa Oeste donde se paseaba envuelto en una sábana como un Calígula destruido. Bill Pohlad no nos ofrece un biopic al uso, sino un viaje de ida y vuelta entre estos dos momentos: los días de gloria y la caída en espiral. Lástima que se empeñe en llenar los diálogos de consideraciones biográficas que no entran ni con calzador, como si le diera miedo que le quedara algo en el buche. Tuvo una idea arriesgada, pero no se la creyó del todo.