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Nadie quiere la noche

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Nadie quiere la noche
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Time Out dice

Ni la Binoche, a quien creíamos incapaz de dar un paso en falso, puede salvar de la hipotermia esta epopeya ártica que viaja de la inmensidad del hielo infinito a la intimidad atávica, que tiene mucho de útero materno, de un iglú. Es evidente que Isabel Coixet admira la independencia de su protagonista, Josephine Peary, que asume el reto de viajar al fin del mundo para recuperar a su marido explorador. La primera parte de la película todavía respira un cierto aire aventurero, y la Binoche, forrada con un abrigo de piel, conserva su magnetismo. Pero una vez se encierra con una inuit en el iglú en cuestión, el film se congela, y el peor de los defectos del cine de Coixet –esta poesía impostada, que se extiende como un velo de mermelada orgánica sobre imágenes y palabras– se apropia del conjunto, paraliza a sus actrices y se hunde en una especie de lirismo sin fronteras.

Escrito por
Sergi Sánchez
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