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La nueva película de Miguel Ángel Lamata es un ejemplo de comedia romántica desajustada por todos lados. Sobre todo por culpa de los diálogos, con algunas de las líneas más artificiales que se han escuchado en mucho tiempo. El casting, que parecía imponente, con Eduardo Noriega y Gabino Diego, no sabe por dónde pegar el tono. Puede que destaque como 'guilty pleasure' para los paladares más 'trash', pero ni siquiera tiene ese encanto, de tan seriamente como se toma a sí misma.