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A pesar de contar Naomi Watts en el papel principal, es bastante la distancia que hay entre la sensación de estar en una pesadilla a estar viendo un débil melodrama hecho para la televisión. Watts interpreta a Mary Portman, una mujer viuda y psicóloga infantil que tiene que cuidar a su hijastro paralítico de 18 años, Stephen (Charlie Heaton de Stranger Things). Las preocupaciones de la protagonista crecen cuando uno de sus jóvenes pacientes desaparece de la realidad y aparece en los sueños de Portman. A medida de que Mary pierde el sueño, su paranoia empeora; sin embargo, el monótono guión de Christina Hodson no logra que las luchas psicológicas de Mary se sientan más severas e intensas que un caso de llaves extraviadas.
Los crujidos de las escaleras llevan a Mary a creer que hay algo dentro de la casa que los acecha, a ella y a Stephen. Presencia siniestra corre por cada lugar común y mal hecho del cine de horror, desde elaboradas secuencias de pesadilla hasta mapaches repentinamente saliendo de un basurero. En ciertas tomas, la banda sonora trata de crear tensión donde no existe. La cinta trata de imitar la ansiedad de sobrellevar el dolor y el cuidado de un niño, que fue hecho con éxito en The Babadook (Jennifer Kent, 2014), pero carece de sentido de temor –mucho menos de peligro– hasta su perdible acto final.
Pese a que la trama hace una vuelta de tuerca de mala calidad, Presencia siniestra carece de la convicción del elemento para que la película de serie B lleve a cabo su cometido. En su lugar, la película ofrece una persecución rotunda y climática a través de la casa de Mary. La mala inspiración de Farren Blackburn no provoca más de dos emociones por parte de su reparto. Watts hace su trabajo habitual con un personaje claramente escrito pero en última instancia, como el título lo sugiere, ella corre hacia la pared.
POR ZACH SHEVICH