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Dicen que es el filme más importante de la historia de Singapur. Ganó la Cámara de Oro en Cannes, y un poco de confeti por parte de la crítica de aquí de allá. Es la cara sucia de los 'Cuentos de Tokio' de Ozu, un cuadro familiar de individuos hoscos y déspotas que, secretamente, se molestan los unos a los otros, en un juego insolidario de hacerse la vida imposible. Anthony Chen les mira como un psicólogo etnográfico, como si hiciera un estudio conductista. Con una cámara pegada a las baldosas del apartamento, tan doméstica como la aspiradora o el cubo de fregar, examina a sus personajes igual que si fueran los perros de Pavlov, esperando ver en qué momento enseñan los dientes y les cae el chorreo de saliva.