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Sin más rodeos, es una película acerca de sexo, atípicamente explícito y acompañado con muchas charlas terapéuticas que también logran ser exuberantes y profundas. Pero el verdadero acierto está en el espíritu libre de los años ochenta. En este terreno, Mark O’Brien, víctima de la polio en la vida real, asistió a la universidad y se convirtió en poeta recorriendo el campus en una camilla motorizada. Al desempeñarse como un astuto periodista, tiene contacto con la terapeuta sexual Cheryl (Helen Hunt), otro cerebrito de la universidad que está comprometida con explorar el cuerpo y la amplitud de criterio.
Cada nuevo personaje en este drama de Ben Lewin te remonta a las previsibles libertades hippies, en especial un sacerdote sensible de cabello largo (William H. Macy) que escucha la confesión de Mark y le da su visto bueno dándole “ánimos”.
La pérdida de la virginidad de nuestro héroe (ninguna tarea fácil, dado que generalmente anda con un pulmón artificial) te haría pensar que la misión es cualquier cosa menos que esencial, una parte importante de la condición humana. Seis sesiones de sexo pone a prueba tu criterio, pues es una película para adultos acerca de un sujeto que vuelca las convenciones de la comedia sexual al invertirlas con un propósito solemne. Afortunadamente resulta que se vuelve bastante graciosa por sí misma. Los tres protagónicos están estupendos al utilizar diálogos geek con deleite. Si llega a darse un traspié es al traer todo a un enfoque tan cerca que, aunque es veraz con los hechos, se siente demasiado larga. El sexo es transformador; eso es suficiente para una película. El amor, sin embargo, hace que se sienta un pelo más cerca a lo convencional. Mark no puede dar marcha atrás, el filme te persuade a creer que el viaje valió la pena.