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Si no pareciera que, a veces, a James Franco se le escapa la sonrisa mientras se aparta la melena, entre 'heavymetalera' y vampírica, que esconde la maquillada cara de Tommy Wiseau, podríamos decir que 'The disaster artist' es casi autobiográfica. La única diferencia entre el director de 'The room' y Franco es que el primero se hizo famoso con una de las peores películas de la historia y el otro, por mucho que se haya dejado la piel adaptando Faulkner y Steinbeck, ha sido sistemáticamente apaleado por la crítica e ignorado por el público. Aún así, Franco ve en Wiseau alguien a quien reconoce, quizás porque los dos son narcisistas incomprendidos, artistas necesitados de afecto que creen en su talento. Si la empatía de Tim Burton con Ed Wood era transparente y profunda, porque compartían una visión del mundo singularmente transgresora, la de Franco y Wiseau es más bien emocional.
La interpretación de Franco parece explotar, con encanto e ironía, lo que podría ser un afortunado episodio de 'Saturday night live', pero, más allá de la delirante y fiel reconstrucción del rodaje de 'The room', Franco está especialmente acertado cuando deja entrever la melancolía, la soledad y los celos de su personaje. Porque, por encima de todo, 'The disaster artist' es una 'bromantic comedy' que orbita con comodidad en la galaxia Judd Apatow (que protagoniza un cameo de lo más hilarante), un 'Supersalidos' para adictos del cine de culto. Es una pena que Franco no adopte las formas marcianas de 'The room' a la totalidad del metraje: a 'The disaster artist' la mata ser más convencional del que le gustaría admitir.