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Diana Toucedo demuestra que la realidad no se acaba en nuestra percepción; que, en definitiva, el documental puede ser un subgénero del fantástico. No se trata solo de explorar un paisaje desconocido de la Galicia profunda, con sus bosques atlánticos y sus oficios antiguos, sino también de registrar todo aquello que escapa al mundo visible, que permanece en la mirada de una adolescente que se convierte en médium entre nuestra fe y el mundo de los espíritus. Así pues, la película no es la simple crónica de un lugar en tránsito de ser deshabitado, sino una sesión de espiritismo convocada desde las estrategias de un documental que rechaza cualquier etiqueta. A la fluidez del conjunto contribuye la amplia experiencia de Toucedo como montadora: hay magia en la colisión entre lo cotidiano y lo fantasmagórico.