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“Si nunca ha sido nuevo y no envejece, entonces es una canción folk”. Esta frase de 'A propósito de Llewyn Davis' también se podría aplicar a 'Two years at sea'. Cuesta encontrar en el primer largometraje del británico Ben Rivers algún detalle que nos indique la época en la que fue producido: podría haber sido filmando en los años 60 o podría tratarse de un misterioso objeto venido de un futuro donde la civilización se hubiera extinguido y sólo quedaran individuos como Jake, el protagonista, felizmente aislado en un bosque de Escocia.
Rivers filma las actividades y rutinas de este personaje con respeto y paciencia, edificando una tranquila intimidad entre Jake y el espectador. Y mientras el cineasta se disuelve, el cine se hace carne: el director revela la película a mano, consiguiendo unas imágenes tangibles e imperfectas, que estallan como chispas en una hoguera.